La humanidad se enfrenta al colapso climático, ecológico, social y sanitario sumida además en una gran crisis de imaginación. Cuando imaginamos el futuro, nos cuesta verlo sin basura, sin contaminación y sin millones de personas viviendo en la pobreza. Y como es el futuro que vemos, lo hacemos realidad con nuestras acciones y omisiones del día a día, como en una profecía autocumplida.
A pesar de que políticos, economistas y medios instalan la idea de que no hay alternativa a seguir produciendo y consumiendo, la realidad es que hay miles de soluciones y movimientos, y millones de personas que trabajan día a día construyendo las bases de un futuro distinto.
Por eso vivimos un momento bisagra en la historia de la humanidad, estamos en una encrucijada. De un lado el camino “business as usual” que nos lleva al colapso ecosistémico y nos vende falsas soluciones. Del otro lado, el comienzo de una nueva era regenerativa que reúne lo mejor de lo nuevo y de lo viejo.
No vamos a solucionar nuestros principales problemas sin un cambio de paradigma. Si reducimos el cambio climático a un problema de CO2, la solución podría pasar por máquinas que lo capturen de la atmósfera o lanzar partículas para bloquear parte del Sol. Si reducimos el coronavirus a un problema sanitario, la solución podría ser el control biopolítico y tecnológico de nuestros cuerpos.
Por eso necesitamos rediseñar el sistema con una visión profundamente holística basada en nuestra interconexión con toda la vida planetaria y la convicción de que no se trata de salvar a la naturaleza, que estará muy bien sin nosotrxs, sino de salvarnos a nosotrxs mismos reconociéndonos como parte de ella.
Esto significa dejar de ver la vida como un mercado e ir más allá del concepto de sostenibilidad, tan gastado por la publicidad corporativa: no alcanza con sostener el mundo existente, no alcanza con dejar de destruir. Debemos recuperar, revitalizar, y regenerar los ecosistemas.
Un cambio de esta dimensión implica rediseñar nuestras economías, abandonando la obsesión por el crecimiento infinito, y reemplazándola por la búsqueda del bien común. Implica combatir las desigualdades y desarmar el casino financiero, por lo que tendremos grandes enemigos enfrente.
Y necesariamente implica también recuperar nuestras democracias, secuestradas por las multinacionales y el big data, fomentando la participación ciudadana permanente y cuestionando quién tiene qué datos nuestros para qué.
La salida es colectiva y descentralizada, y empieza en la imaginación. Pero nuestras mentes están tan contaminadas como el ambiente.
Por eso nos proponemos contribuir colectivamente a la creación de una cultura regenerativa que promueva los valores que potencian la vida en la Tierra. Y lo haremos con el poder de las historias, que esquivan mejor las excusas de nuestra mente y generan emociones, preparando el terreno para el cambio.
Somos autodidactas colectivxs. No tenemos la posta; nos equivocamos y vamos aprendiendo, teniendo más claras nuestras preguntas que nuestras respuestas. Pero no queremos parar de aprender y cada vez somos más.
No somos fatalistas ni ingenuxs. Rendirnos no es una opción. Actuamos con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Sabiendo que son pocas las chances de que lo logremos, pero con la certeza de que no es imposible y de que aún vale la pena intentarlo.
Porque hay un camino que nos lleva de hoy a un futuro mejor, aunque sea el más incierto. Existe una historia en la que nos salvamos de nuestros principales problemas, con sus héroes y sus antihéroes. Es la historia de la generación que salvó al mundo en las próximas décadas.
Y los abajo firmantes también queremos ser parte de esa historia.